Una pequeña fumarola resaltaba en medio de un bosque conífero. Una cabaña se encontraba oculta entre toda la vegetación. En el interior, que era de aspecto pobre, sobrio o minimalista si así se prefiere, Elley Petrov esperaba frente al fuego de la chimenea a un equipo del GRU. El ex Polkovnik de raíces yakutas regresó a la tierra natal de sus padres, cansado de la guerra; sin embargo, no hay hombre que regrese del campo de batalla sin perder algo de sí. Elley, en su caso, vio morir a su hermano al salvar a un pelotón de una explosión, escuchó los lamentos de los camaradas alcanzados por el abrasivo fuego de los lanzallamas, vio como un francotirador aniquilaba a civiles. Esas marcas del pasado, tan ardientes y vivas por ser relativamente recientes, afloraron al prestar atención al crepitar de la leña.
Al sumirse en tales ideas, ignoraba que desde hacía 8 minutos un puño golpeaba furiosamente su puerta, seguido de una súplica. «¡Tovarich Polkovnik Petrov, tovarich Polkovnik Petrov, ábranos, por favor! La tovarich Varvara ya tiene las manos moradas». Elley se recuperó de sus ensoñaciones por fuerzas desconocidas, y se apresuró a dejar pasar a sus invitados.
Para su sorpresa, solamente eran dos personas. El hombre se presentó como Yuri Dmitrov. Yuri era la viva representación del estereotipo de adulto moscovita de 30 años: alto, rubio, de piel blanca y ojos de un azúl marino casi hipnóticos. La atención de Elley pasó a la mujer, que buscaba recuperar la sensibilidad de las manos a base de fricción; notando esto, le dio una bolsa con agua caliente y le cedió su lugar frente a la hoguera. Cuando se recuperó del frío, se presentó como Varvara Semyonova. A diferencia de Yuri, Varvara no era muy alta, tenía cabello castaño y sus ojos verdes eran ligeramente más grandes; además, no pasaba de los 25.
—Entonces, ¿ustedes son todo lo que mandó el GRU? Sé que ustedes son del relativamente nuevo departamento, ¿pero tan escasos de personal están? No vamos a llegar a mucho solo nosotros, más considerando que ustedes no soportan este frío.
—En nuestra defensa, tovarich Polkovnik Petrov… —comenzó a decir Varvara.
—Elley —corrigió—. Yo me retiré del ejército hace tiempo.
—Entendido. En nuestra defensa, y como bien sabe, Elley, la temperatura en Yakutia ha disminuido drásticamente, pero lo que pasa en Yakutsk es totalmente…
—Inexplicable —terminó de añadir Yuri.
—Los que nacen y crecen del otro lado de los Urales poco saben sobre el verdadero invierno, el invierno siberio. Pero bueno, no soy quién para convencerlos de esto. El Sovmin y el GRU poco saben sobre lo que pasó. Mi Vertushka ni siquiera funciona. Si ustedes creen que aquí hace frío, mejor den la media vuelta, porque si nos adentramos a Yakutsk a investigar, puede que no lo resistan.
—¿Tiene un Vertushka? —exclamó Varvara—. Mis disculpas, es solo que ahora puedo dimensionar la importancia de su posición.
—Tovarich Varvara, creo que se está desviando del tema. Elley, venimos preparados. Nos dieron equipo que podría ser útil. Nos dijeron que lo usáramos una vez nos adentrásemos en la ciudad; espero que eso resuelva su duda.
En el rostro de Elley se había dibujado una mueca de incredulidad al pensar que la chica casi perdía la mano por una tontería como no haber usado ese equipo, pero la explicación resultaba clarificadora. De su mochila, Yuri comenzó a sacar objetos extraños para el ex Polkovnik. La primera fue una esfera perfecta en forma y textura a la cual llamó como «Fogata»; otra era una especie de capa hecha de piel, «Marta»; unos guantes cubiertos de gel, «Manitas». Entonces Dmitrov comenzó a explicar:
—Comprendo que esto pueda resultar común o poco útil, pero lo cierto es que lo que son es más de lo que puede ver, Elley. Cada cosa que tengo aquí tiene propiedades especiales. Lo único que debe saber es que los llamamos Objetos de Especial Interés, y que los empleamos o resguardamos según se amerite.
—Debemos partir ahora o se hará de noche antes de poder salir de la ciudad —indicó Varvara.
Así, comenzaron a realizar los preparativos. El hijo de yakutos comenzó a empacar pieles, ollas, café, una latas con conservas indistinguibles, una botella de vodka y su Tokarev. Para aquel hombre, curtido en la salvaje taiga, solo aquello era esencial, además de la ropa gruesa que portaba. Cuando todo estuvo listo, fue a la chimenea para agregar unos troncos. La madera ardía y nuevamente comenzó a recordar. Esta vez, recordó a sus papás. Le trajo recuerdos de cuando los ayudaba a tratar las pieles y las tundas que le propiciaban cuando dejaba las pieles sin supervisión y estas se congelaban. Se le escapó una sonrisa. «Señor», interrumpió Yuri, posando su mano sobre el hombro del nostálgico, despertándolo de su ensoñación.
Caminaban, dejando un surco por la gruesa capa de nieve. El paisaje blanquecino provocaría quemaduras por el reflejo del Sol cual desierto de Oriente Medio, si no fuera porque sus abrigos los protegían. Los moscovitas solo hablaban entre ellos, mientras que Elley tomaba la delantera Tokarev en mano, trazando el camino, concentrado en sus alrededores. Más allá del cuchicheo de los otros dos, Petrov solo escuchaba el suave silbido del viento y el roce entre ramas. Aun así, nunca bajó la guardia. Semyonova decidió romper el silencio.
—Disculpe, Elley. ¿Por qué trajo su TT-33? ¿Hay algo de lo que deberíamos preocuparnos? Dudo que los animales más sensatos se hayan quedado en los alrededores de Yakutsk. —Guardó silencio un momento, dudando de si lo que dijo había sido prudente—. No me lo tome a mal, es bueno ser precavido. Ahora que lo pienso, ¿cómo es que tiene balas?
—¡Agh, qué molesta es usted, señorita! ¿Es que no ha salido de Moscú? ¿No le desarrollaron el sentido común en sus escuelas de alto nivel?
Semyonova iba a aclarar que ella provenía de Leningrado; se detuvo, dándose cuenta de que eso sería una pésima idea. Pese a todo, no se sintió ofendida, pero sí apenada. Entendió lo diferente que es la vida siberiana con tan pocas palabras. Un golpe de realidad. Yuri le dio una palmada en la espalda a modo de consuelo. Varvara pidió disculpas por las preguntas, intentando continuar con la conversación. Elley, más calmado, y dándose cuenta de que se había sobrepasado, explicó su pensar. «Chuchuna», ese era el nombre de lo que debían temer. Sus padres y abuelos le habían contado historias sobre esa criatura. Pese a que pareciese humano, pese a que tuviera rastros de inteligencia, el Chuchuna había erradicado comunidades enteras de cazadores peleteros. Desde que regresó a Yakutsk, y aunque también se puede atribuir esta costumbre a las rutinas en la Guerra, Petrov siempre salía con arma en mano aún si solo iba a recoger la leña apilada fuera de su cabaña.
Los dos compañeros, Yura y Varya, cual si fueran niños, escuchaban atentamente. No estaban sorprendidos, pero era fascinante conocer la mitología de la cultura del ex Polkovnik. Pero ¿lo creían verdaderamente? En los cinco años que llevaban trabajando, resultaba complicado discriminar si algo era parte del imaginario colectivo o si verdaderamente existía. No, no por lo fantasiosas de las historias, sino porque, en ocasiones, se cumplía; la inconsistencia hacía que su inclinación sobre creer o no fuera y viniera.
—Las balas las tengo almacenadas desde que salí del Ejército. No me he visto en la necesidad de usarlas, así que no me he quedado corto. Pero ahora díganme, ¿qué interés tiene el Vozhd en saber lo que pasa en Yakutsk? No somos un punto estratégico ni vital si es que quiere involucrarse en otra guerra.
Yuri contestó, esta vez considerando que no era necesario recortar información, a forma de preparación para lo que pudiera suceder una vez entren en la ciudad.
—El GRU considera que, sea lo que sea que pase ahí, puede comenzar a propagarse a las demás zonas. Desde que se detectó ese descenso, en el Kremlin han estado nerviosos sobre las afectaciones que puedan producirse en estos tiempos de posguerra. Y si hila un poco las cosas, podrá darse cuenta de que no es algo que se pueda resolver con métodos comunes.
Los árboles fueron desapareciendo gradualmente, dando paso a la capital de la RASSY. Las casas vestían de blanco, pero dejando al descubierto parches del color del alerce; algunas iglesias se distinguían en tamaño y porque, contrario a lo que cabría esperar, casi no estaban cubiertas por nieve. Para su sorpresa, no estaban las nubes características de una tormenta. Aún en su ausencia, el frío calaba hondo en los huesos. Varvara y Yuri temblaban espasmódicamente, intentando recuperar algo de calor; mientras, Elley permanecía inmutable ante el inclemente tiempo. Sin más remedio, tuvieron que detenerse un momento. De la mochila, sacaron la manta que habían llamado Marta, y se envolvieron ambos.
—¿Exactamente qué buscamos? No veo nada que pueda ayudarlos a resolver lo que sea que haya pasado. Todavía estamos algo retirados de la casa más cercana; entonces, piensen en qué preguntarle a mi gente.
—Estamos a ciegas. O bueno, no del todo. Se supone que debía haber una tormenta dada las diferencias de presión registradas; pero ya ve. Podríamos preguntar a los locales si han notado algo raro últimamente —le respondió Varvara, contrariada por lo que sucedía.
—Si se acercan y preguntan eso, les responderán que ustedes son lo único fuera de lo normal.
—Le entiendo. Entonces preguntemos si han visto tormentas cerca —alcanzó a decir Yuri, quien se interrumpió—. ¡Eh, miren! Ya casi llegamos.
La casa a la que se aproximaban no era muy grande. Era similar a la de Petrov. Los ánimos se levantaron momentáneamente hasta que, al prestar más atención, Elley se dio cuenta de que el humo gris oscuro que salía de la chimenea era denso en exceso y se elevaba rápidamente. Eso era señal de que se estaba acabando la llama. Se adelantó para mirar a través de la ventana. Dirigió su mirada a las demás casas. De todas salía el mismo humo, a excepción de la iglesia cercana.
—Vayamos a aquella iglesia. Olvidé que hoy es Navidad.
—Pero hoy es 1 de febrero en el gregoriano. ¿Hay algo que esté pasando?
Comenzaron a exigir una respuesta, por lo que Elley se hizo a un lado a regañadientes, permitiéndoles ver lo que había al otro lado. No dijeron nada después de eso y lo siguieron.
La distancia que debían recorrer era de unos 300 metros, con el inconveniente de atravesar un lago congelado. Fueron avanzando lentamente, intentando mantener el equilibrio, tentando la firmeza del hielo. Para Petrov, esto representaba una mínima esperanza de no estar solo, de no ser el último de los suyos en la ciudad. Involuntariamente, se percibió más ligero, por lo que comenzó a avanzar velozmente, descuidando a sus acompañantes.
Cuando estaba a unos pasos del edificio, se volvió al escuchar un estruendo y el grito de Varvara. La pierna de Yuri estaba sumergida en las heladas aguas. Luchaba, pero por cada esfuerzo que hacía, el hielo debajo de ambos se comenzaba a quebrar cada vez más. La ligereza de Elley se convirtió en desesperación, combustible para acortar los metros que les separaban. Al llegar, le tendió la mano a la chica para sacarla de la situación. Temblaba de miedo, sentimiento más potente que el mismo frío. A Dmitrov lo levantó como pudo y, por un momento, su corazón dejó de latir al sentir que el hielo se partía debajo de sí.
Arrastrando con sus fuerzas, llevó al chico a la orilla. Varvara, quien tomó la Marta por nervios, lo envolvió. Yuri, recuperado de la dosis de adrenalina, comenzó a gritar al sentir que su pierna ya no respondía, al sentir que los vasos sanguíneos se convertían en pequeños cristales que desgarraban su piel. Sus esfuerzos fueron tan grandes que se desmayó.
El cielo comenzó a oscurecerse repentinamente. La tormenta había llegado. No podían volver sobre sus pasos ahora que el hielo estaba frágil; rodear el lago sería quedarse expuestos. Debían avanzar. Elley tenía que pagarles a ambos; a Yuri sobre todo. La misión fue un fracaso; ahora solo debía hacer que ambos chicos regresaran a casa, que vivieran tan siquiera un día más. El yakuto tenía que volver a ser Polkovnik, aunque sea una última vez.
Petrov llevaba a rastras a Dmitrov envuelto en la Marta. Detrás, Semyonova cargaba con la mochila de su compañero. Ya no había otro color en Yakutsk que no fuera el blanco. El humo de las chimeneas había desaparecido. El viento golpeaba ferozmente y la nieve no daba respiro. Con las extremidades paralizadas y los párpados pesados por el hielo, avanzaban tan rápido como podían. Era una carrera contra el tiempo antes de que eso, sea lo que fuere, los alcanzara.
A la distancia, oculta entre toneladas de nieve, Varvara apreció una escotilla con volante rojo. Elley decidió encargarle más cosas a Varvara y se llevó Yuri en su espalda. Rápidamente acortaron la distancia dando las zancadas más grandes que pudieron. Varvara se colocó ágilmente los Manitas y comenzó a girar el volante.
Detrás de sí, la mujer de Leningrado cerró la pesada puerta. La luz amarilla de las lámparas daba a las paredes grises y frías un toque verdoso. Se aspiraba la humedad en el ambiente. El yakuto dejó a Yuri en la entrada al cuidado de Varvara. Sacó su arma reglamentaria y comenzó a revisar cada habitación. Vacía. Vacía. Vacía. Más allá de algunos muebles, en las habitaciones no había rastro de nada ni nadie. Entró a la siguiente y encontró a una familia que estaba recostada alrededor de un calefactor de leña. Comenzó a hacer sonidos con su voz, pero no recibió respuesta; entonces se acercó a quien asumió era el padre y lo agitó del hombro. No despertó, no se resistió instintivamente. Todos yacían inertes. Cuidadosamente cargó los cuerpos sobre colchones.
«¿Está todo bien?», se limitó a preguntar Varvara, quien intentaba desesperadamente tratar la pierna de su tovarich. Jadeando, Elley le dijo que llevara a Yuri a la primera habitación y lo recostara sobre un sillón que había. Estaba cansado pues había colocado a los cuatro miembros de la familia juntos. Cargó los colchones a la enfermería provisional y movieron al convaleciente. Luego, arrastró el calefactor afuera de la habitación y le pidió a la chica que lo ayudara. Para finalizar con toda la movilización, tomó algunos trapos que encontró, los empapó con algo de agua envasada, y los puso en el escape del calefactor. Encendió la leña y, agotado, se tumbó en su cama.
—¿Qué cree que podamos hacer con la pierna de Yura? Me preocupa que la gangrena se vaya a extender.
—No podemos hacer nada. Si le amputamos la pierna, la gangrena va a ser lo último de lo que se tendrá que preocupar usted, señorita. Lo primero que debemos hacer es esperar a que recupere la consciencia. Ahora, enfóquese en pensar qué podemos hacer para salir. Lo que sea que haya sido aquello, sabe que estamos aquí adentro, y dudo que nos vaya a dejar salir campantes.
—Incluso si esperamos a que venga otro equipo, no podríamos hacerles saber que estamos aquí —dijo Yuri, incorporándose lentamente.
En un intento de recuperar cierto respeto, se sentó, pese a la implacable fiebre que comenzó a atacarle. Con la poca agua que había sobrado del vaso, Elley empapó otro paño y lo colocó sobre la frente de Yuri. Luego, sacó las conservas y el vodka, y las colocó sobre una mesa. Lo poco que trajo, más lo que encontró en una caja escondida, eran lo único que tenían de provisiones.
Sobre los hombros del ex Polkovnik se añadía una nueva carga. Ahora alguien a quien debía supervisar y proteger perdería la pierna por un instinto infantil. Quiso controlar lo que no le correspondía, descuidando su obligación con quienes dependían de él. Solo tenía de alivio que Yuri había despertado. ¿Era verdaderamente un alivio? Elley ya no sabía que sentir, pues viese como lo viese, cualquier intento de consuelo era egoísta y desconsiderado.
Solo les quedaba matar el tiempo y esperar el mejor desenlace.
—Es entonces que la hermana de Yura nos presentó. Pasaron los años y se dio la coincidencia de que ambos terminamos en la misma división —terminó de narrar Varvara.
—Considero a Varya mi hermanita. Después de la Guerra Patria, me ayudó a recuperarme después de que mi hermana y mi mamá fallecieron. —Una pequeña lágrima se le escapó—. Pero ya hemos hablado bastante de nosotros. ¿Usted tiene a alguien a quien ama?
En la cara de Elley regresó el toque amargado y triste que tenía antes de conocerlos. Extrañaba la compañía de otras personas, pero desde que regresó, ya no tenía a nadie. Su disfraz de militar impasible se había roto. En su recuerdo, había una mujer que conoció en Kalinin. «Elizaveta», se le escapó. Los amigos se disculparon profundamente al ver que las facciones del hombre se iban destrozando por un dolor interno. Decidió ponerse de pie, tomar el vodka y dar una vuelta en el pequeño búnker.
—¿Ves lo que hiciste? Siendo Polkovnik, no creo que todo haya sido como dar un paseo por el jardín botánico de la Universidad. Debiste pensar más antes de preguntar eso, dur.
Elley regresó al cuarto donde estaba la familiar. Se sentó en el suelo y los miró con detenimiento. Ellos habían muerto juntos, con amor y sin dolor; ¿qué le quedaba a él? No estuvo para despedir a sus padres y de su hermano no quedó nada que despedir. Vivía, ¿pero para qué? Se dio un golpecito en la nuca, levantó la botella y dijo en voz baja:
—Beberé por ustedes, pobres desgraciados, pues me recuerdan a mi familia. ¡Qué vivan con amor si existe algo después de esta vida! Su muerte es algo que no todos pueden tener, así que ¡regocíjense!
Le dio trago largo al insaboro, pero ligeramente dulce, líquido. Las penas no se olvidan con alcohol, pero puedes ignorarlas por un momento. Así, decidió tenderse en el suelo. Entre sollozo y sollozo, recordaba a Elizaveta, lo que le aliviaba temporalmente. En ese estado, él tenía la certeza de que también había muerto. Se comenzó a sumir en un sentimiento de soledad tan profundo que cayó dormido.
Mientras tanto, la electricidad había comenzado a fallar. El techo y las paredes se volvían más frías, lenta, pero constantemente. Ese ligero cambio era apenas perceptible, hasta que llegó el punto en el que, en sueños, el desconsolado sintió que su cara se fundía con el piso. Entonces despertó. Tambaleándose, fue con los dos amigos. Con voz nerviosa y gesticulación pesada, les habló. No respondieron al instante, por lo que cayó derrotado, sin esperanzas; el llanto ahogado, sin embargo, los había despertado. Los apuró y, en pocos minutos, ya estaban listos. Yuri, apoyado en Varvara, se puso de pie. El olor a podredumbre se presentó a la nariz groseramente, provocando que Petrov casi vomitara. Haciendo acopio de sus esfuerzos, fueron a la puerta. Si iban a morir, preferían hacerlo habiendo intentado escapar.
Varvara, pese a sus esfuerzos, no consiguió abrir la escotilla. Al quitarse los guantes, sus manos estaban moradas. Apenas si la había agarrado. Sacó de la mochila el último haz que tenían. Colocó la Fogata cerca del volante, a lo que, casi al instante, unas gotas de agua comenzaron a escurrir. Nuevamente se colocó los guantes y, en esta ocasión, la puerta cedió. Yuri abrazó a los otros dos, cubriéndolos con la Marta. Así, comenzaron a avanzar en contra del Sol, que se ocultaba, provocando, junto con las turbulentas nubes, que la oscuridad fuera comiéndose la visibilidad.
Desafortunadamente, los ebrios no se mantienen de pie después de mucho tiempo; el yakuto no era la excepción. Tropezó cuando comenzaron a acelerar el paso. Todo su cuerpo se hundió en la nieve, sepultándolo. Sus acompañantes intentaron desenterrarlo, pero vieron que entre la tormenta, delineada por una luz sin origen, una sombra antropomórfica se les acercaba. Con todo el pesar de su corazón, dejaron atrás a su guía. Varvara se disculpaba a todo pulmón mientras avanzaba, mirando hacia atrás con la esperanza de que el borracho se pusiera de pie.
Elley no estaba enojado. No podía estarlo. Ni siquiera quiso esforzarse, sea por la ebriedad, sea por la desesperanza que lo llevó a su estado. Aceptó la muerte. Comenzó a sentir que su cuerpo le fallaba. Las agujas comenzaron a punzar a lo largo de cuerpo. Ya no sentía nada. No respiraba. Los pocos segundos de aire que tenía los empleó en pensar en su familia una vez más. Comenzó a agonizar cuando sus pulmones convulsionaron por la falta de oxígeno. Solo pudo mover su mandíbula para decir: «Ya estoy en casa».
Un hijo jamás querrá tener que enterrar a su mamá. Es el curso natural de la vida, claro está, pero nunca terminará de aceptarlo. Papá había muerto cuando era un niño, un hermano que iba a tener falleció al nacer y mi hermana falleció hace 3 años. Mamá era todo lo que tenía y ahora ya no está. Tuve que enterrarla yo solo. Nunca compramos un paquete funerario, por lo que mi familia estaba sepultada a unos metros de la casa. Mamá siempre dijo que quería regresar como una hortensia, así que coloqué unas semillas sobre el manto que la cubría.
No salí de casa a trabajar por una semana. Ni siquiera me levanté de mi cama. Cada tanto, daba sorbos a una botella que tenía agua. A los tres días, el viernes, el timbre retumbó en mis oídos. Era Martin, un compañero con el que me llevaba relativamente bien. «Isaiah, ¿estás bien?», preguntaba incesantemente. «Mamá murió», grité con las pocas fuerzas que tenía, cansado del ruido. En ese mismo instante, paró de golpear la puerta. «Si quieres hablarlo con alguien, sabes dónde vivo».
Pasada la semana, me puse de pie. Mi aspecto era ridículo, lamentable. Comer se sintió cual papel lija que se pasa por la piel. Apenas podía levantar el tenedor, y más de una vez, el vaso estuvo a punto de resbalarse de mis manos. Abrí la ventana para dejar que algo de aire limpio pasara, a lo que una maldita mosca aprovechó para entrar. Las moscas son lo que más odio de vivir tan lejos de la ciudad. No son las que encuentras en todos lados, sino que son tan anchas como un dedo meñique, y un cuarto de pulgada de largas. Intenté sacarla, luego matarla, pero parecía saber mis intenciones cada vez.
Desde entonces se sumaron otras tres. Ya son cuatro moscas las que me acosan sin descanso. Intenté bañarme varias veces, restregando mi cuerpo con tal fuerza, que a veces arrancaba un poco de mi piel; también intenté restregarme de lodo y mugre. Tal vez pensaron que estaba muerto. Pálido y en los huesos, ¿quién no pensaría eso? Puede que me hayan confundido con el cadáver de mi madre. Aunque lo veo difícil porque no apesto a muerte. ¿Se habrá muerto alguno de mis órganos? No, no puede ser. ¿O sí? Si no, ¿entonces qué es?
Comencé a visitar diferentes tiendas a los largo de Portland con tal de encontrar un insecticida capaz de matar a esas moscas. Vagando por algunas calles poco transitadas, no pude despegar la vista de un llamativo cartel.
Parecía una señal. Como si el destino confirmase mi sospecha de que algo dentro de mí no estaba bien. No figurativamente, no. Esa propuesta fue demasiado atractiva, irresistible; además, la hospitalización era gratuita. Las moscas no pasaron ni un segundo por mi cabeza, como si esperase que, al entrar al hospital, estas tendrían alguna especie de respeto por la asepsia. No lo dudé ni un poco más. El día de ayer fui.
Me costó demasiado encontrar el lugar. Estuve preguntando a la gente, hasta que un hombre se presentó. «Mi nombre es George, y justamente trabajo en Anderson Robotics. Permíteme llevarte ahí; de cualquier forma, no estabas muy lejos», dijo, mientras sonreía con una calma envidiable. En efecto, no tardamos mucho en llegar. La fachada no era muy diferente a la de una fábrica de la zona. A la entrada, una mujer no dejó de bombardearme con tantas preguntas a las que respondía mecánicamente, sin procesar nada, excepto una: «¿Qué órgano es el afectado?». ¿Qué se suponía que le debía responder? Le dije que el estómago, intentando adivinar. Después de eso, para cuando me percaté de lo que había pasado, me encontraba en una cama de hospital.
«Isaiah, ¿cierto? La operación fue un éxito. Se le dará de alta en unas horas». Quedé con cara estúpida. Le pregunté cuánto tiempo me había quedado dormido, a lo que respondió, con tono tranquilo, que 3 horas. Quería preguntarle si me estaba jodiendo, pero mejor lo comprobé con mis ojos. En mi abdomen solo había unas pequeñas marcas que cualquiera pensaría que no son propias de una operación tan grande. Me devolvieron mis cosas y se me dio de alta, ese mismo rato. Llegué a mi casa, todavía incrédulo. Solo me di cuenta de que las moscas me acompañaban cuando me recosté.
Mi curiosidad por averiguar qué era lo que tenía podrido se apoderó de mi cabeza mientras estaba en sueños. Solo un pensamiento retumbaba, recordándome que «El estómago no era».
He olvidado lo que es tomar una hoja y un lápiz, y comenzar a escribir; también lo he hecho con el hábito de teclear e imprimir. Ya no tengo esa necesidad. Ya no puedo decir que tengo una corazonada sobre lo que está podrido en mi interior, pues no tengo corazón. Ni riñones, ni pulmones, ni intestinos, ni testículos, ni… En pocas palabras, lo único que conservo de mí es mi cerebro. A saber qué ha sido de mi cuerpo y tampoco es que me importe.
Día tras día, incesantemente, acudía a Anderson Robotics para someterme a otra operación. No podía detenerme teniendo la solución a mi alcance, y no lo hice. Comenzó con mi estómago, luego con mis intestinos; de paso, hicieron lo mismo con mis cansados pulmones. Sin embargo, las moscas parecían acosarme cada vez más, y lo siguen haciendo, ahora que estoy muy nervioso. Tal vez, porque mis chistes apestan. Me ofrecieron cambiar mis huesos, luego mi piel. Sabiamente, no me pusieron músculos porque ¿para qué habría de necesitarlos un deplorable intento de cyborg?
El caso es que creo firmemente que estoy tan próximo a resolver esto, pero no sé qué falta. No, sí lo sé. Soy tan ciego, tan tonto. Mi cerebro es lo único que me queda y, por descarte, la única explicación posible a mis problemas. Pude haberme ahorrado tanto inconveniente si hubiera usado más la cabeza; pero, como está podrida, ¿cómo iba a hacerlo? Estoy resuelto a ir mañana de nuevo, una última vez. Parece que mi caso llegó a oídos del señor Anderson y está interesado en ayudarme como forma de mostrar agradecimiento por mis aportaciones a su incursión. Ganar, ganar.
Fue inútil. Las moscas me siguen persiguiendo. No tengo cuerpo. No soy más que un proceso computacional que intenta razonar, pero que no lo hace. Soy yo, y no lo soy. A las moscas no les parece importar si lo he perdido todo. Creo que hasta les encanta verme así. Se regocijan de mi soledad y de mi estupidez. ¿Era prudente haberme dejado llevar por sus maquinaciones ocultas? No. Ya no importa. Estoy cansado y… tengo frío.[]
SECUENCIA DE REINICIO DE MEMORIA AL ESTADO DE FÁBRICA INICIADA
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BIENVENIDO, SEÑOR ANDERSON
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ESTE PROCESO ES IRREVERSIBLE, ¿DESEA CONTINUAR?
> SÍ
REESTABLECIENDO AL ESTADO DE FÁBRICA, ESPERE…
MEMORIA REESTABLECIDA.
—¿Estás contento, Vincent? ¿Era esto lo que querías? —preguntó Phineas.
—Yo no hice nada. Este chico ya tenía problemas cuando llegó aquí; además, de cierta forma, es un cliente y ¿sabes lo que decimos sobre esto?
—”El cliente siempre tiene razón”, ¿a eso te refieres? ¿Cómo puedes…?
—Phineas, tú y yo decidimos seguir este lema de forma incondicional. No somos terapeutas, no somos quién para decirle qué hacer con su vida.
El rostro de Anderson no se inmutaba a las sentenciosas oraciones, y su voz se mantenía serena. En cambio, el rostro de Frostman tenía pequeños espasmos, fueran por el coraje, fueran por la duda. Tras un silencio que se sintió como una eternidad, Vincent dio por terminada la conversación, por lo que se dispuso a salir; sin embargo, Albert lo detuvo antes de salir.
—Eso no implica que podamos convertirlos en máquinas carentes de voluntad.
—Siempre se les da la opción de e…
—No —interrumpió Phineas—, en este caso, no fue así, ¿verdad? Contaminaron los implantes con drogas.
La puerta se cerró. Todo había sido dicho. Albert estaba decidido a saber qué otras cosas le había escondido su socio, su amigo. Sí, las drogas en los implantes nunca le habían sido notificadas. Tras que los doctores que operaron al chico fueran obligados a regañadientes a mostrarle el cadáver, Phineas no pudo contener el ácido que regresaba por su garganta. Él había ordenado tácitamente reconstruir lo mejor posible el cuerpo después de que Isaiah hubiera abandonado la carne. ¿Y qué encontró? Cajas de órganos con el logotipo de MC&D y una etiqueta a su lado, pero eso no fue lo que le horrorizó. Los huesos, los músculos, la piel, los nervios; cada uno había sido usado para hacer una maqueta de los diferentes sistemas que representaban. “Colegio Deer”, tenían marcados.
Sin dudarlo, mandó a que le entregaran las horribles esculturas en un ataúd. Pese a que hubiera querido llevarse los órganos, no podía arruinar las cosas con Marshall. Consultó diversos cementerios para saber si existía algún terreno para la familia. No hubo éxito. Así, condujo hasta la dirección marcada en la papelería del chico. “¿Ahora qué le diré a su familia?”, fue lo que le pasó por su cabeza. Razonándolo, entendió que aquel muchacho posiblemente no tenía a nadie cercano si nunca nadie había cuestionado su radical cambio.
En el jardín de la ahora abandonada casa, una hortensia resaltaba sobre el resto de vegetación que crecía ahí. Frostman decidió enterrar él mismo los restos del chico en aquel recinto verde. El sol ya se estaba poniendo cuando terminó de cavar. En la puerta de la casa había una cruz, la cual logró arrancar, para luego colocarla como señal de la sepultura. Albert no era creyente, pero se sintió obligado a intentar rezar. “Lamento no haberme dado cuenta antes”, comenzó a decir. “Haré que esto no vuelva a sucederle a nadie”.
Cuatro moscas se posan sobre la hortensia. Cuatro moscas fenecen sobre ella. Una, dos, tres, cuatro. Y después, silencio. Tenía frío, pero ya no está solo.
Mi buen amigo Aurinko,
Hay momentos de nuestra vida en los que no esperamos encontrarnos con situaciones tan excepcionales. Llevamos un ritmo de vida tan tranquilo y, digamos, normal, que somos incapaces de afrontar lo nuevo que se avecine. Tomar un trabajo en donde tu vida puede, o no, correr peligro, si es que tienes suerte, es lo que me tocó. No destacaba mucho, y eso era importante. Trabajar en el frente sin ser el blanco de la mirada del mundo, ser uno del montón: por eso me eligieron. Como te dije en otras cartas, el trabajo es algo monótono: revisar archivos, buscar anomalías, censurar, reportar. Quisiera dar más detalles, pero me extendería innecesariamente y ya sabes cómo es esto.
Me hace sentir importante: censurar información para evitar el pánico es una tarea bastante noble, desde cierto punto. Siempre he pensado que la ignorancia es felicidad y esa felicidad implica tranquilidad, y con ella, no hay preguntas sobre nada. Es un peso que nos toca cargar para que los demás no sufran. Sin embargo, mi motivo no es enviarte una carta como las otras; esta tiene información útil sobre lo que pasa por estos rumbos.
En todo el tiempo que trabajé para la Fundación como archivador en la Policía de Santa Mónica, jamás había visto algún reporte relacionado con asesinatos sádicos. A lo mucho, un vecino pidiendo ayuda por algo raro, como un ojo de cristal que miraba en su dirección; objetos Seguros que fácilmente podían hacerse pasar por situaciones excepcionales, pero no anormales. Ahora bien, dejaré que juzgues tú mismo lo siguiente.
Llamada Interceptada
Origen: Departamento de Policía de Santa Mónica
<INICIO DE LA LLAMADA, 15 de febrero de 2024, a las 09:32>
Operador 911: A todos los oficiales cercanos al área de Pacific Coast Highway, por favor, repórtense.
John: Aquí la patrulla 725 reportándose.
Operador 911: Buen día, John, Mike. Recibimos el reporte de un salvavidas que encontró unos cadáveres en la playa entre las torres 23 y 24. Dice que llegaron flotando a la costa. Vayan y mantengan a las personas alejadas y aguarden a los peritos forenses.
Mike: Entendido, Roger. ¿Desplazamos los cuerpos si están en peligro de ser arrastrados por las olas?
Operador 911: Si no es sumamente necesario, no. Necesitamos que no se modifique la escena.
Mike: Recibido. John y yo ya estamos cerca. Comenzaremos a trabajar de inmediato.
Operador 911: Recibido. Cambio y fuera.
<FIN DE LA LLAMADA, 15 de febrero de 2024, a las 09:36>
Reporte Policial Preliminar
Departamento de Policía de Santa Mónica, California, E.U.A
A 15 de febrero de 2024
Agente a cargo: Detective Miguel Smith.
Pacific Coast Highway, Santa Mónica; en el tramo comprendido entre las torres 23 y 24 de salvavidas.
La hora del crimen se estima alrededor de las 22:00 del día 14 de febrero de 2024; mientras que el hallazgo se suscitó a las 09:30 del 15 de febrero de 2024.
Descripción del perpetrador: N/A.
Descripción del (los) occiso (s):
Janet Baker. Mujer caucásica de 25 años. Presenta calcinación en algunas zonas de su tórax, isquiotibiales y glúteos. Adicionalmente, el cuerpo presenta un orificio que va de sien a sien.
Tao Sun. Hombre asiático de 27 años. Presenta veinte orificios que atraviesan el tórax, además de quemaduras químicas en el interior de la boca, en el pecho y el abdomen.
Descripción de los eventos: El día 15 de febrero a las 9:28, una vacacionista que se encontraba transitando por el tramo entre las torre 23 y 24, avistó en el mar lo que, en palabras suyas, “parecía una pareja de personas boca arriba”. Pensando que estaban heridos, avisó al salvavidas de la torre 23 para que buscara la forma de auxiliarlos. Al momento de buscarlos con la mirada, a las 9:30, los cuerpos habían arribado a la playa, arrastrados por el oleaje. Al acercarse y percatarse de que ambos se encontraban sin vida, llamó a los servicios de emergencia.
Transcripción de Grabación de Audio
Forense a cargo: Dr. Damian Clifford.
Informado: Detective Miguel Smith, encargado del caso Baker-Tao.
Preámbulo: La siguiente es una transcripción realizada por el agente R. Carter para el archivo de la anomalía SCP-ES-███. Lo presentado consta de una conversación en la morgue del DPSM entre el Dr. Clifford y el detective Miguel Smith.
Detective Smith. Cuénteme, doctor, qué tenemos el día de hoy.
Dr. Clifford. Mira, como puedes ver aquí, esta chica tiene una herida que atraviesa de sien a sien, lo cual dejaría un agujero en el cerebro, no importa el calibre. Sin embargo, si remuevo esta parte, no hay nada.
Detective Smith. ¿Cómo que no hay nada?
Dr. Clifford. No hay rastro de la bala. Ni de cuando entró, ni de cuando salió: está íntegro.
Detective Smith. ¿Cómo es eso posible?
Dr. Clifford. No podría asegurarlo. Siendo realistas, lo único que puedo imaginarme es que se hayan hecho independientemente.
Detective Smith. Dios… ¿Y qué puede decir sobre las zonas calcinadas?
Dr. Clifford. Esto es lo que me deja aún más desconcertado. La piel de las zonas calcinadas está totalmente carbonizada, pero los órganos internos están intactos. Sin rastro de quemaduras, ni siquiera de primer grado. Esto no sé si se relaciona directamente con esto, pero el interior de sus pulmones se encuentra recubierto de cristales de sal.
Detective Smith. No le hallo ni pies ni cabeza a esto. ¿Cree factible que el agua se haya evaporado al calcinarse la víctima?
Dr. Clifford. Es una posibilidad. Eso implicaría que tuvieron que encontrarse vivos para poder inhalar el agua. Hace sentido, pero los otros dos puntos son tan extraños que no hay nada seguro.
Detective Smith. ¿Y qué hay del chico?
Dr. Clifford. Con el chico ocurre algo similar, solo que este tiene diversos impactos en el tórax, y sin alguna perforación en los órganos internos. Ocurre algo similar con las quemaduras de este cuerpo al de la chica. Tiene quemaduras químicas en el interior de la boca, que se extienden hasta la parte posterior de la tráquea, pero que se detienen abruptamente, como si hubieran sacado todo el líquido antes de que siguiese avanzando. También tiene sal en los pulmones, por lo que se contradice con la hipótesis que usted formuló.
Detective Smith. Intento ver qué relaciona a los cuerpos, pero todo lo que me dice desafía la lógica. El asunto de los impactos parece razonable y probable. Lo otro, sin embargo…
Dr. Clifford. Hay algo más que debe saber. Todo el sistema excretor está reorientado.
Detective Smith. ¿Cómo es eso posible si no tenían incisiones cuando los inspeccioné?
Dr. Clifford. Nuevamente, sé tanto como usted. No soy experto en procesos policiales de carácter detectivesco, pero creo que esto se escapa de las capacidades de nuestro departamento. Lo mejor es notificar al Estado.
Detective Smith. Tienes toda la razón. Gracias por la información.
< FIN DE LA GRABACIÓN, 20 minutos con 5 segundos de duración >
Nota. Las fotografías de la autopsia se encuentran en el anexo que incluye la grabación original.
Retomando el hilo, un vistazo rápido hace ver a estos asesinatos como el trabajo de un psicópata sádico. Como puedes comprobarlo con los anexos, en efecto, lo era; pero no uno común, sino uno que puede crear tantas incongruencias que desafían cualquier tipo de lógica o conocimiento científico convencional. Órganos internos íntegros pese al calcinamiento, quemaduras químicas y perforaciones; así como una reorientación completa de su sistema excretor sin señal de incisión. Grotesco a un grado inimaginable. Lo peor de todo es que tuve que ver todas las fotografías.
Lo más preocupante era la dificultad para determinar la causa de las muertes. Bien pudo ser que murieran ahogados tras ser torturados sádicamente, por las perforaciones o por la calcinación. Todo era válido en tan retorcida situación. Con tan solo imaginarlo se le revuelve a uno el estómago por los infinitos escenarios en los que pudieron haber muerto. Gracias a lo anterior, no se sabía nada de cuál era la forma de operar de la anomalía.
Llegamos a la conclusión de que la anomalía presentaba las siguientes características:
- Sus habilidades bien podían ser de una anomalía con una obsesión con órganos, o bien puede ser algo relacionado con los sarkistas. Sé que puede sonar extraño involucrarlos, pero en aquel momento se habían reportado varias muertes en las ciudades de Estados aledaños dignas de una carnicería. Nada raro, dentro de los límites humanos; o eso parecía, pues fueron confirmadas otras dos anomalías vinculadas al grupo.
- Tiene la capacidad de manipular órganos de una forma particular. Puede sonar poco profesional, pero es comparable al arte abstracto de un trastornado.
- No tiene una fijación particular por un grupo, por lo que sus motivaciones pueden ser de carácter instintivo o psicótico. No es correcto atribuir propiedades humanas a las anomalías, pero es la mejor forma de comprenderlo.
- No busca mantenerse oculto. Podía ser que disfrute el reconocimiento o el simple hecho de ser temido.
Realmente sabíamos muy poco sobre la entidad. Estábamos perdidos en la búsqueda: esa cosa podía estar en cualquier lugar y verse como cualquier persona. Me conoces bien. Sabes que no soy fácil de asustar; en esa ocasión, temí por mi bienestar. Había algo dentro de mí que me decía “Corre”. Soy un humano, como cualquier otro, por eso he considerado, ya sabes, dejar esto. Después de lo que pasó con Sara. Perdón, estoy divagando con la pluma. Sabes que estas cosas me recuerdan a ella.
Tal vez te enteraste de esto, pero me gustaría darte más contexto. Cuando di el chivatazo, todos los agentes de California nos coordinamos para buscar más casos que pudieran parecerse al que acabas de leer. Hubo un silencio que duró semanas. Ni en estados cercanos, ni siquiera en México hubo reportes. Pero hace una semana, por fin dieron con él. Más bien, di con él por mera casualidad. Unos policías hablaban de algo que había pasado en Santa Bárbara. Otro caso similar, sino es que más sádico. Te lo dejo a la imaginación, pues ya tienes una buena referencia.
Uno de los miembros de las Serpientes de Concreto me contó lo que pasó cuando los desplegaron. Llegaron hasta un rancho, lejos de otra vivienda. La zona estaba acordonada, aunque escasa de agentes. Tras una charla con el encargado, fingiendo que eran del FBI, tuvieron toda la zona libre. Cuando entraron, vieron a un tipo acostado en el suelo, gimiendo. Una de las Serpientes se acercó para auxiliarlo, pero retrocedió en el último momento al recordar que los oficiales no informaron de heridos. Entonces, el sujeto se puso de pie, dio un grito y luego algo salió de su boca con tal fuerza y velocidad que no quedó nada reconocible del desgraciado. Era una masa carnosa, obesa, que parecía derretirse, con patas similares a las de un cangrejo. Emanaba un olor fétido cual zorrillo, pero más penetrante y duradero, que, aunque no lo haya olido, sentía que perforaba mi nariz. Tenía orificios por todas partes y su cara… El maldito Jacob me mostró la foto y ahora solo tengo pesadillas. Lo voy a tener que cortar hasta aquí, ya me dio asco de recordarlo. De cualquier forma, Jacob no me dijo nada más.
Hoy me llamaron del Sitio 17. Parece que quieren saber cuáles de los documentos que había enviado se relacionaban con este asunto. Escribo esto en el auto que la Fundación envió por mí. Creo que me van a querer cambiar de estado. Solo es una corazonada. Podría ser buen momento para pedir que me infiltren en el 911, así al menos no tendré que ver fotos horribles.
Dejando de lado toda esta historia, me gustaría que volvamos a hablar, como en los viejos tiempos. Si alguna vez regreso a Inglaterra, deberíamos tomarnos una cerveza para alegrarnos. No, no sugiero té porque la comida americana hizo que perdiera el gusto por la falta de azúcar a montones.
Me hubiera gustado aprovechar más de las playas locales. Pero bueno, no hay nada que hacer al respecto.
Espero que esto te sea de utilidad de alguna forma para lo de Finlandia. Sin más por el momento, cuídate.
Roger Carter